martes, enero 02, 2007

El teatro y yo

Para comenzar el año, miraré un poquito atrás compartiendo éstas páginas de mi diario que se remontan a mi adolescencia. Escribí esto en 2002 y transcribo íntegro y sin edición.



El teatro y yo

7 de diciembre de 2002

Creo que ya está cerca. Me refiero al momento en que agarre una cámara y me ponga a captar con ella imágenes que después, dispuestas de cierta manera, contarán una historia.

Buenas historias. Chistosas, entretenidas, pero también atrevidas y estrujantes.

Mientras llega ese momento, soy feliz de agarrar esta méndiga pluma BIC y escribir historias con ella. Pero sólo porque el momento está cerca.

Creo que esta historia que voy a contar ya la escribí. Pero la escribí tanto tiempo que ya no me acuerdo si la escribí o no. Además de todas formas, dudo que mis estimados (?) lectores (???) hayan tenido acceso a mis viejos diarios.

Y aunque así haya sido, y ya sepan la historia que les voy a contar, en esta ocasión la contaré con más enjundia, más dramatismo y quizás hasta más cosas inventadas, pues hace mucho que había escrito esta historia y mucho más de que ocurrió, porque es verídica niños.


Pastorela. Diciembre 1988
En la pastorela de la parroquia de la colonia, fui un humilde pastorcito mandilón.
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Corría el año de 1986 y era un día soleado. Yo estaba cantando, vocalizando en el grupo de coro de la secundaria. El grupo de coro de la Secundaria #4 Juan Aldama era el juguete preferido del director Ramiro, y para ello había conseguido, de no sé dónde a una maestra quesque muy buena, exigente y acá.

Al yo haber estado en la estudiantina de la Escuela Primaria María de Jesús Castaño Guerra durante tres años y gozado de las preferencias de la maestra (la ¡mmmhhh! aestra), pues ya le había agarrado un especial gusto a los escenarios.

Adoraba los aplausos de la gente y sentirme visto por chingos de muchedumbres enloquecidas por mí.

Pero la verdad es que la estudiantina de la primaria y el grupo de coro de la secundaria eran las opciones con las que yo contaba, mas no representaban mis verdaderas ambiciones.

Lo que en verdad quería era pertenecer a un grupo de teatro. porque una disciplina teatral era lo más cercano a hacer cine o televisión y que podía estar a mi alcance.

Pues resulta que ya bien entrados en los ensayos del grupo de coro, y con varias presentaciones en la puerta, la maestra decidió amenazarnos, con apoyo de la dirección de la escuela, con que si fallábamos en sus ensayos o de plano no íbamos al grupo de coro y sus actividades, nos expulsarían, no sólo de la secundaria, sino del estado y del país.

El miedo por la amenaza nos hizo cumplir con nuestros compromisos para con el grupo.

Amor sin Anestesia. Mayo 1990
Amor sin anestesia fue la segunda obra que escribí y dirigí. La primera fue El Primo, escrita durante mis tiempos de secundaria y la cual transcribiré posteriormente para este blog.
En Amor sin Anestesia aparezco como el achichincle de un cupido muy belicoso.

Click aquí para ver la versión en video de Amor sin Anestesia
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De repente apareció pegado en los salones un papelito que decía: "Grupo de teatro. Inscripciones sábado único día". En ese entonces yo no decía muchas maldiciones, pero debí haber exclamado para mis adentros algo así como "¡hijo de tu rebomba madre!"
Mi cuerpo se estremeció, el aliento se me fue. Sabía que tenía que estar ahí, el sábado a las 11 en el grupo 8, junto a la sala de maestros, donde era la biblioteca, más... sí, lo adivinaron. El sábado, justo a las 11am era un ensayo del grupo de coro, cada vez más importante.

Creo que perdí la conciencia en el lapso de ese día y más o menos cinco días después, el sábado, porque mi mente me lleva directo, omitiendo los hechos del ínterin. Quizás desaparecí o me convertí en un autómata, me apagué o simplemente sufrí un bloqueo mental, pero bueno, después iré con algún hipnotista que me lleve a ese momento perdido de mi memoria.

Ya es sábado, son las 11am, hora del ensayo de coro que amenaza con extenderse hasta la una de la tarde.

Yo tengo un lugar privilegiado en el grupo, la maestra gustaba de mi efusividad desbordada, que no necesariamente se traducía en un canto entonado, o afinado, o agradable. Supongo que mi gritería resultaba simpática por ser yo un chiquillo dientón, flaco y orejón, muy sonriente y que le echaba muuuchas ganas, alegría y galleta.

Además para amarrar mi lugar en el grupo, la muy mañosa me paró durante el ensayo detrás de Verónica Cecilia, deslumbrante chica de ojos azules, trenzas doradas y trasero mordisqueable, protagonista de mis primeras fantasías XXX

Pero no fue suficiente, no señor.

Mi decisión estaba tomada, me iba a brincar del grupo de coro al grupo de teatro, total, ambos pertenecen a la misma escuela y mi participación sería igual de valiosa. Con ésa lógica me dirigí a la maestra de coro, que se parecía a cualquier actriz de película de Pedro Infante, pero más llenita.

Al hacerle saber de forma respetuosa mis intenciones, ella, olvidándose de toda forma de cortesía me espetó una letanía apocalíptica, anunciándome el fin de mi existencia, de mi alma, y la pulverización de todo rastro mío sobre este planeta.

Sábado 11am, único día. Era lo que se repetía una y otra vez en mi cabeza.

Una obra inconclusa. 1991
Esta fue la tercera y última obra de teatro que escribí y dirigí. Aunque la producción se hizo en la Preparatoria #7 de la U.A.N.L., yo ya estudiaba en la Facultad de Artes Visuales de la U.A.N.L. Pero me gustaba seguir teniendo relación con el grupo de teatro de la prepa, el cual fundamos (ya platicaré de eso en mi blog, es una buena historia), además de sus chicas.
En Una obra inconclusa soy un gris reportero amarillista de la nota roja.
En la tercera imagen aparece mi madre apoyando a su polluelo desde las butacas.
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Regresé a mi pupitre. Pero no regresé caminando, no. No sé si alguno de los compañeros del grupo se dio cuenta, pero regresé a mi lugar levitando, fuera de mí, pues todo era dolor, que me arrancaba de la tierra y llenaba mis oídos de un contínuo acorde de órgano como de película del Santo.

Comenzó la práctica y escuché las voces de todos los demás. A todos los demás realmente les valía madre, no les importaba si la rola que entonaban salía bien, si su postura era de hueva, si su pinche voz sin ganas se mezclaba con la de los demás. la única persona emocionada era la maestra dirigiendo su gran coro, ganador seguro de muchas condecoraciones, medallas y diplomas por el simple hecho de que ella estaba ahí, al frente.

Yo permanecía en silencio, no por mucho tiempo. Pronto la maestra se dio cuenta de que algo faltaba, con el entrecejo fruncido, y un poco distraída de su manoteo que marcaba los tiempos, buscó entre el grupo.

Un ligero recorrido con la mirada y al momento detectó la ausencia de su gritón.

Detuvo el ensayo y me volvió a soltar no sé qué amenazas. Supongo que el color de mi piel era en ese momento de un rojo brasa, encendido. Con toda la sangre en la cabeza, hasta mis ojos debieron estar rojos de coraje, impotencia y tristeza.

Estaba a punto de reventar y comencé a cantar con los demás. Pero no como los demás. Ni siquiera como yo mismo, como tenía acostumbrada a la maestra que escuchaba siempre con agrado a su "arma secreta" (–¡púdrete Secundaria 10!–).

De mi boca comenzaron a salir gemidos, notas contaminadas, primero despacito, aún se confundían en la voz grupal, pero poco a poco, en la medida que mis ojos lanzaban, primero gotitas, luego líneas, luego chorros de lágrimas, éstos gemidos se convirtieron en berridos, lamentos fuertes, desgarradores.

Verónica Cecilia volteó para mostrarme sus ojos azules más abiertos que nunca –¿Qué te pasa, Saúl?

Quizás la imagen que vio la impactó de por vida. Mi cara era una mueca perturbadora, hilos de baba mielosa unían mis labios que se abrían para vociferar, mientras ya todos callaban, la canción más terrible que se haya tenido memoria.

Mis ojos no mostraban más que una ranura que, como manantial, emanaba incesante el jugo de mi frustración.

–¡Ya cállate!– Estalló la maestra, y esperó un poco a que me controlara. –¡Vete, no te quiero volver aquí, vete!–.

–¿Pero no me va a expulsar?– Pregunté entre desesperantes gemidos que extendieron la pregunta al doble de tiempo.

–¡No!, pero lárgate en este momento.

Mi cara brillos a de sudor y lágrimas se convirtió en una sonrisa.

–Adiós– Me despedí de Verónica Cecilia, y salí del salón del coro de la secundaria para cruzar el patio mientras me secaba las mejillas irritadas rumbo al grupo 8, junto a la sala de maestros, a las 11:15am.

1 comentario:

Anónimo dijo...

hola... buscando un guión para pastorelas, me encontré con tu historia; me pareció original y lo mejor es que lograste tu sueño.