sábado, mayo 19, 2007

Don Aurelio

El jóven Aurelio de León en una foto truqueada que se tomó en una feria. Él si usaba sombrero, pero no era charro.



Cuando yo era pequeño se divertía pidiéndome que le hiciera 'caras'.

Entonces yo comenzaba a mostrarle mi repertorio de muecas, gestos y deformaciones faciales que le causaban mucha risa. Y a mí me encantaba hacerlo reír. Y a veces hasta me daba una monedota de cinco pesos.

La vida de mi abuelo Aurelio fue como todas las vidas de todos los abuelos deben ser, intensas, llenas de anécdotas, viajes, lugares, gente, nobles proezas y garrafales errores.

Como un ser humano completo, mi abuelo deja tras de sí una estela de sentimientos profundos en las distintas generaciones de personas con las que se relacionó y a las que se adaptó de una forma u otra acorde a los tiempos.

A nosotros, como nietos de 'segunda generación', digamos (tiene nietos que rondan entre los cuarenta y los dos años), nos tocó un abuelo ya no tan firme, más bien pasalón y juguetón.

Incluso cuando entre mi prima Claudia (alias Mujer Maravilla para efectos de este escrito), mi tío Gerardo (o Batman) y un servidor (Supermán) nos dimos cuenta de la facilidad con que podíamos doblar (gracias a nuestros superpoderes, por supuesto) la estructura metálica de una antena de radio que mi abuelo planeaba instalar para establecer una central de comunicaciones con sus camaradas traileros. Al final del día la costosa antena quedó reducida a un manojo de varitas retorcidas. Recuerdo la reacción de mi abuelo al ver semejante barbaridad. Pero la verdad es que ya no recuerdo el castigo, quizás un zape sin mayores consecuencias, pero lo que sí recuerdo fue la paciencia que mi abuelo nos prodigó siempre, incluso en aquella ocasión.

Claro que no con todos fue así.

Es famosa la mano dura de mi abuelo hacia sus hijos. La irracional serie de castigos que recetaba a mi mamá y a sus hermanos (y posteriormente a sus medios hermanos) al llegar de viaje y escuchar los chismes de la abuela (mi bisuabuela), que cuidaba a la bola de chiquillos durante los largos viajes del abuelo a través del país.

Trailero durante muchos años, fue un hombre criado en el campo, en Hualahuises, Nuevo León, el único municipio que está totalmente rodeado de otro municipio, Linares, lo cual, según la documentada opinión de mi papá, ha provocado guerras intestinas. Su visión estrecha de la vida y el ambiente viciado de chismes e ignorancia de un pueblo pequeño lo llevó a la incomprensión y violencia extremas, obligando a su esposa y madre de sus cuatro hijos a dejar el pueblo bajo amenazas de muerte, desapareciendo por siempre.

Mi abuelo repitió sin cuestionar los patrones que aprendió de su entorno, pero supo cambiar el rumbo tras duras lecciones.

Ese capítulo amrago marcaría para siempre la vida de mi madre y sus tres hermanos, convirtiendo a la primera en una especie de madre sustituta, siendo obligada a arduas labores desde pequeña así como a la protección de sus tres hermanos pequeños.

Fueron años muy pesados, en los que a mi madre se le negó un hogar, buena alimentación, educación, el cariño de una madre y en fin, ser niña.

Después, mi abuelo tomaría la que quizás fue la mejor decisión de su vida. 'Robarse' y desposar a quien sería su compañera hasta el fin. Mi abuela Lilia, con quien procreó otro buen montón de hijos, todos ellos cariñosos tíos míos que dieron alegría y calor a la casa de Linares, Nuevo León, y luego a las dos de Ramos Arizpe, Coahuila (las cuales recuerdo vagamente) y luego a la de Saltillo, en la que viví algunos de los mejores momentos de mi niñéz.

Así se veía la casa de mi abuelo durante las reuniones familiares. Multiplicar esta cantidad de gente por el número de habitaciones de la casa.

Más de cincuenta personas podían contarse en un Año Nuevo o cumpleaños. Y para eso había comprado mi abuelo una casota en la que cupieran todos.

Todos mis tíos varones siguieron los pasos de su padre, se subieron al tráiler y se enamoraron de la carretera. Don Aurelio y los hermanos de León eran famosos y respetados en el ambiente de los camioneros. Mi padre siempre vivió con la ilusión de que Don Aurelio le pasara un camión por ser su yerno. Nunca fue así.

Entre las tantas anécdotas del camino que contaba mi abuelo, sobresale una en la que tuve la fortuna de conocer al protagonista. Eran los años cuarentas. Mi abuelo conducía su camión por la sierra, lejos de cualquier ciudad. Bernardo Collía un jóven veracruzano batallaba con su viejo camión averiado a la orilla del camino. Cuando mi abuelo pasa por el lugar, no duda en detenerse para ayudar al desconocido en problemas. La reparación de la avería iba a costar $300, lo que entonces era una muy considerable cantidad. Mi abuelo sacó un fajo de billetes y se los dió a Bernardo para que cubriera las reparaciones y siguió su camino.

Se volverían a ver cuarenta años después, en el Puerto de Veracruz, durante una travesía que emprendió mi abuelo acompañado de mi abuela Lilia, tía Rita(†), Gerardo (también es mi tío, pero es un año menor que yo, por lo que siempre omití el 'tío' antepuesto), mi hermana Meche y yo. Total, había mucho espacio en el flamante Le Barón que conducía mi abuelo. Escuchando todo el camino caset de Mecano que Rita ponía una y otra vez en el estéreo, recorrimos la costera al ritmo de Ay qué pesado, el Hijo de la luna y Cruz de navajas desde Saltillo hasta Veracruz. ¡Qué agasajo!

Al llegar, Don Bernardo no escatimó en atenciones hacia nosotros. Él y su familia nos trataron como reyes en su hermosa casa. Nos paseó en su Cadillac de colección, y su hijo Bernardo Jr. nos llevó a la playa con Hombres G a todo volumen en su reluciente Kharmann Ghía rojo.

Vimos su flota de 50 camiones y sus terrenos en Acayucan, me dio clases para ser un empresario exitoso y fuimos a la playa para hacer acrobacias en su moto acuática. Pero siempre repetía una y otra vez la historia de cuarenta años atrás y cómo nunca olvidaría la nobleza y la confianza que mi abuelo le tuvo.

Un viaje inolvidable y quizás la experiencia más intensa que viví con mi abuelo, pues pude compartir por unos días su gran pasión, ya que él estuvo al volante del coche de ida y de vuelta.


Don Aurelio no perdía oportunidad de tirar unas buenas bolas, y para tal efecto, acondicionó una habitación de su casa con mesa de billar y barra. Aquí aparece muy preocupado con mi tío Felipe planeando la estrategia.

Mi abuelo vivió sus últimos años lejos del camino. Administrando los (cada vez menos) camiones de su propiedad, su taller y sus propiedades (cada vez más). Siempre encantado entre llantas, fierros, herramientas, construcciones, vehículos y máquinas. Mi abuelo no podía aceptar el rol del viejito en reposo. Primero muerto. Y efectivamente.

Un hecho que haría que mi abuelo reevaluara su actitud hacia la vida fue la trágica muerte de mi tía Rita.

Rita, una niña inquieta y brillante y después una jóven rebelde que desafiaría a la autoridad de mi abuelo como nadie antes lo hizo, se refugió en un convento de monjas donde pasó varios años, puliendo su educación y abriendo su mundo a otras realidades mientras emprendía su propia búsqueda. Tiempo después, Rita se autoexiliaría a Arizona, donde viviría en compañía de amigas y en donde continuaría sanando sus heridas.

Fue en un viaje en el que condujo su coche cruzando la frontera y ante la expectación de toda la familia que esperaba con ansia su visita (incluyendo al abuelo Aurelio) que se estrellaría su auto.

La muerte repentina de Rita conmocionó a la familia. Era una jóven excepcional con un gran futuro y mucho amor por dar y recibir.

Al dolor de mi abuelo se le sumaron los pendientes, la reconciliación postergada, los abrazos y los besos no dados, el 'te quiero' que no llegaba.

A partir de ahí todo comenzaría a cambiar para Don Aurelio. Al grado de que en los años recientes, una nueva cara de mi abuelo se mostró hasta sus últimos días. Se convirtió en una persona dulce y cariñosa que se preocupaba por sus hijos y por sus nietos, que hacía llamadas a sus seres queridos y lo posible por ir a sus casas a visitarlos.

Improvisada fiesta de despedida en Monterrey con motivo de nuestra aventura en E.E.U.U. a la que asistió mi abuelo y alguna raza saltillera. Gracias Angelita, Cuate, Dalia, mamá, papá, Conny, Martín, Claudia y Carlos.

De hecho, la última vez que tuve el gusto de verlo fue durante una fiesta de despedida en julio del año pasado en nuestra casa de la Colonia María Luisa, en Monterrey, en la que el abuelo Aurelio y mi abuelita Lilia fueron expresamente a despedirse de Araceli, Abner, Mateo y de mí en un acontecimiento notable, dada la reaciedad de mi abuelo a asistir a fandangos con mucha gente y peor, lejos de su casa en Saltillo.

María del Socorro, o sea mi mami, Mateo, mi abuelito y Paola.

Mateíto siendo cargado por su bisabuelo

Lo recuerdo dándodse la oportunidad de cargar a su bisnieto Mateo, divirtiéndose viendo el parecido conmigo y las 'caras' que Mateo le hacía.

Mensaje de mi abuelo a mi abuela en una tarjeta que acompañaba a un ramote de flores.

Ayer murió mi abuelo Aurelio.

No iré a su sepelio y eso me duele. Abuela Lilia, le enviamos un abrazo y sepa que estamos con usted.

Mi abuelita Lilia

Celebro la vida de mi abuelio Aurelio de León Pedraza. Un ejemplo a seguir, pues fue una persona que aprendió sus lecciones. Lo recordaré siempre.

No hay comentarios.: