jueves, marzo 08, 2007

Día Internacional de la Mujer

Mucho de qué avergonzarse





Crecí en una sociedad ultra machista y racista, distinguida por el rechazo a reconocer su propia condición.

Curiosamente la escuela a la que asistí tenía el nombre de una maestra de la que nadie me contó su historia: María de Jesús Castaño Guerra. En el mismo plantel, pero durante la tarde se daban clases en la escuela "1975, Año Internacional de la Mujer". Paradojas.

Cuando niño, en las casas vecinas las mujeres eran violentadas sistemáticamente. Eran confinadas al "hogar" y al "cuidado" de los niños de la tribu, también maltratados.

Las pocas madres solteras eran condenadas y etiquetadas, en muchos de los casos, por las propias mujeres.

Las chicas que caminaban por la calle tenían que aguantar ofensas y hostigamiento por parte de los hombres, jóvenes o adultos que se reunían durante el ocio callejero.

Ni qué decir de una mujer indígena. Su doble condición de vulnerabilidad la colocaba en una situación de invisibilidad. A nadie le importaba su origen, si hablaba otra lengua ni lo que le ocurriera.

Crecí rodeado de mujeres que representarían a la perfección a lo que el Pendejente Fox se refería con lo de "lavadoras de dos patas". Mujeres con sus cuerpos deformes, sin ilusiones, sin esperanza.

Las vecinas, mis maestras, las que acudían a misa, las que hacían fila en las tortillas, las que salían a la calle para barrer y platicar, las que ponían sus mecedoras en la banqueta. Todas mostraban las heridas abiertas del menosprecio, de la opresión y de la decepción.

Lo peor es que las cosas no han cambiado mucho. Nada relevante ha pasado para que alguna de ellas o sus hijas o sus nietas adquiera una nueva conciencia. La aparente modernidad que reflejan las jóvenes, no se traduce en una real revalorización de su rol en la sociedad. Más bien atiende al juego laboral que requiere más mano de obra barata y desesperada.

Las insuficientes campañas de educación sexual y control natal, sus contrapesos religiosos retrógradas, los contenidos manipuladores y enajenantes de la televisión y los medios en general, el acoso y la condena de la sociedad ante un proceder libre e independiente siguen robusteciendo el estigma de ser mujer.

Celebro a las mujeres que han podido sortear las atrocidades comunes y sistemáticas que se cometen contra su género.

Me avergüenzo de mis congéneres que no alcanzan a entender el delicado equilibrio que se rompe cada vez que violentamos la integridad de nuestras madres, nuestras hermanas y nuestras hijas.

Me compadezco con las víctimas de la deshumanización y de la insensibilidad que tanto hemos cultivado como acosadores, como soldados autómatas, como policías corruptos, como capataces explotadores, como políticos déspotas, como tiranos, como violadores, como asesinos, como jueces y verdugos.

Alto a todo tipo de violencia. Alto a los gritos. Alto al maltrato psicológico. Alto a la discriminación de género.

Todos ganaremos al emigrar hacia una nueva actitud.

Evolucionemos.

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