Con Cuelgo a mi Cristo cumplimos con la primera parte de la meta de completar tres producciones para antes del 15 de julio.
Las otras dos serán "La boda", con locaciones en Santiago, N.L. y el videoclip de la canción "Partings", con locaciones en la Colonia María Luisa en Monterrey. A continuación el escrito en el que se basará el cortito La boda:
LA BODA
Saúl Escobedo de León
27 de noviembre de 1997
Pueblo blanco de aire transparente. Silencio que deja saber del que entra por sus calles en bicicleta destartalada.
Flores en los balcones. Una mano brota de la cálida obscuridad de la casa, con una regadera. Rocío oportuno a las diez de la mañana.
Aquí hasta las moscas son amigables, se confunden con las manchas de las guayabas del mercado, que provee el aroma de este lugar.
Media hora para que comience la ceremonia. Disfruto vagar por entre estas viejas casas con mi traje azul. No hace calor, pero me siento seguro cargando el saco en el brazo. En este momento me gustaría tener un sombrero de paja como el del viejo que me ofreció un cigarro hace unos minutos, mientras le compraba el periódico local.
La iglesia está a dos cuadras de aquí, puedo ver la torre blanca del campanario reflejando la potente luz del sol de primavera.
Me siento bien. Veo mis manos repetidas veces para atestiguar que estoy completo, que nada me falta. Puedo respirar profundamente la tranquilidad de este pueblito mezclada con el humo de este cigarro.
Dejé el regalo en la cajuela de mi auto, que está estacionado junto a la oficina de correos, frente a la iglesia, pues calculé que al momento de salir de la ceremonia le daría la sombra de la cúpula, estando así fresco para el trayecto a la recepción en el rancho de los papás del novio.
Aunque desearía un poco más de silencio bajo estos árboles verdes, ya comienzan a llegar algunos automóviles llenos de gente provenientes de la ciudad. Quizás hasta sean familiares míos.
Comienzo a anudarme la corbata, hace meses que no usaba una, después de diez años de que formara parte de mi atuendo diario en la oficina. También han transcurrido meses desde la última vez que entré a una iglesia y, como nunca antes, me siento nervioso ante ese hecho. Allí estará toda mi familia, mis papás, mis hermanas, mis abuelos, tíos y primos. Algunos estarán casados con personas a las que jamás había visto. Y ya me imagino: El efusivo abrazo de bienvenida y algunas lágrimas. No dudo que sean sinceros, pero, después vendrán las preguntas y los reproches.
Aún estoy a tiempo. Puedo caminar unas cuadras más allá y no llegar a la celebración de la boda. No importa que vean mi automóvil, nadie sabe que es mío, aunque lo tenga desde hace cinco años, cuando lo compré exactamente del mismo modelo y color que ella eligió. Puedo meterme en esa pequeña fonda, pedir un café y unas quesadillas y leer este periódico de punta a punta. No me llevará mas que media hora, suficiente para ir hacia donde está mi coche y arrancar hacia la carretera mientras todos bostezan en la misa.
Y es que después de lo que he vivido, aún no me siento preparado para ser cómplice de algo en lo que ya no puedo creer. La boda en sí no me interesa, hará poco más de once años que no veo a esa sobrina y hasta temo asustarme de volver a verla otra vez, sin su cara de niña, quizás con acné o gorda como su mamá. Si se quieren seguir casando que lo hagan, pero que no cuenten conmigo. Yo no voy a servir de nada en esa fiesta, ¿cuántos se van a poner contentos de verme? Quzás la tía Julia, pero ella no cuenta, ella quiere a todo el mundo.
No creo que pueda esbozar ni una sonrisa. Fácilmente podría perderme entre la multitud, nadie me reconocerá con este peso y sin el bigote, realmente me veo diez años más jóven. Podría seguir a la caravana rumbo a la celebración del rancho y pretender ser un amigo del novio, no me gustaría perderme los tamales y la carne asada. Mis pies me hacen avanzar rumbo a la iglesia, la gente ya comienza a voltear a verme y murmurar mientras bajan de sus coches. No importa, no tengo nada qué esconder, quizás hablaban entre sí para ver quién cambiaba los pañales del bebito que llora en el asiento de atrás. No soy el primero que se divorcia, es más, desde aquí puedo ver a mi prima Cecilia. El que la acompaña es el segundo... no, es el tercero. No, por lo del divorcio no hay problema, a ella la siguen aceptando en la familia como si no hubiera pasado nada.
Lo que sí pueden echarme en cara son estos diez años sin escribirles siquiera, sin mandar dinero sabiendo cómo estaba la situación aquí.
Puedo argumentar que mi compañía realmente nunca dejó ganancias y que todo era una falsa imagen para dar confianza a los inversionistas, sólo espero que no haya venido Pedro, que fue el único que me visitó allá para ver la realidad. También puedo decir que todo estaba a nombre de Nora y que yo no podía disponer de un cinco. Aunque en cierto modo esa fue la realidad, pero... ¡qué vergüenza! No tengo cara para verlos a todos, es demasiado. No voy a decir nada. Nadie tiene por qué enterarse, yo hice mi vida y punto, alguien se encargó de deshacerla y otro punto.
Me siento nuevo, como si renaciera. Así se lo plantearé a todos, acabo de nacer, y para demostrarlo les diré que vengo como quien viene al mundo, sin nada.
Las malditas calles tranquilas de este pueblo desconocido. Daré una última fumada a mi cigarro y entraré a esa iglesia a presenciar otra unión, y otra traición.
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