lunes, agosto 27, 2007

El costo de la residencia

El histórico edificio del Obispado, en el cerro que lleva el mismo nombre, a unas cuadras de la que fue nuestra casa en Monterrey. Esta foto la tomé en una de esas sabrosas madrugadas frescas que salía a correr cerro arriba.
(Click en la imagen para agrandar)



Hace un año exacto, dejábamos nuestra casa en la Colonia María Luisa en Monterrey para 'buscar suerte' en el extranjero.

La tirada de Araceli y un servidor era seguir con el trámite que habíamos comenzado un par de años atrás al solicitar en el Consulado de E.U.A. mi visa de fiancé (prometido) con la cual podría ingresar a territorio estadounidense, en donde Araceli y yo podríamos reiterar nuestro amor ante un juez y dejarlo plasmado (nuestro amor, no al juez) en forma de firma en un papel. Después de eso podría yo solicitar mi residencia americana y trabajar aquí y ser muy felices, con la posibilidad de disfrutar lo mejor de ambas culturas, la mexicana y la norteamericana, con la correspondiente multiplicación de oportunidades para la familia.

Todo suena así muy fácil, ¿verdá?

Pos si. Y aunque el proceso, gracias a la eficiencia de Araceli que es quien se ha encargado del papeleo, ha resultado bastante fluído y exitoso, la experiencia en este año ha sido muy dura, como para para mirar en retrospectiva y preguntarnos si de haber sabido el costo a pagar hubiéramos tomado la decisión de emigrar.

Todo comenzó hace tres años. Mi hijo Mateo había sido procreado y yo comenzaba mi negocio de servicios publicitarios en solitario.

Por aquellos tiempos, dado que mi esposa Araceli es ciudadana norteamericana, registramos a Mateíto como ciudadano americano nacido fuera del país, y de pasadita nos informamos de lo necesario para que yo obtuviera mi residencia americana. Así iniciamos los trámites.

Hongo Visual se llamaba mi empresa que fue floreciendo gracias a la enorme torta que Mateíto traía bajo el brazo. Gozando de una excelente relación con mis clientes, todo iba muy bien, hasta que tuve la oportunidad de trabajar en la campaña del entonces candidato a senador por Nuevo León, el Lic. Fernando Elizondo. Fue ahí cuando todo se puso aún mejor. La campaña tuvo un buen impacto y mi empresa tuvo presencia con los gráficos en prensa, panorámicos, artículos promocionales y hasta en televisión.

Teníamos fe en que todo iba a estar bien pronto.

Andábamos en esas cuando acudí a una cita en el Consulado Americano de Cd. Juáraz, para enterarme de que tenía seis meses para ingresar a Estados Unidos y continuar los trámites para mi Residencia Americana.

Una decisión así no es fácil nunca. La primera vez que viví en EUA hace once años, era un chavo en busca de aventura, no tenía una familia por la que debía responder. Además, y hasta ahora lo entiendo bien, aquella vez todo era distinto, fue antes del 9/11.
Sabíamos que arriesgábamos nuestra hermosa vida en Monterrey.

Araceli y yo pasamos algún tiempo discutiendo la prudencia de emigrar. Sabíamos que una oportunidad así sólo se presenta una vez. Además, al iniciar los trámites habíamos hecho una especie de pacto. Si para cuando me dieran mi visa de entrada nos estaba yendo mal en Monterrey, esa sería muy buena razón para irnos. Pero si en cambio, nos estaba yendo bien, el cual era el caso, esa sería también una excelente razón para lanzarnos a la aventura más fuertes y con más recursos.
Roy López (der.) y el que esto escribe echándole ganas a la chamba en mi comedor, después de haber desmantelado mi oficina.

Así que bajo el lema de 'lo que se vaya a inmigrar que vaya cruzando el Río', alistamos todo para emprender la huída. Vendimos muchas de nuestras cosas, regalamos otras y perdimos algunas más. Avisamos a los renteros de nuestra hermosa casa sobre nuestra partida y terminamos de pagar algunas deudas. Otras no, total, vamos a Estados Unidos, me dije, va a ser rete-fácil juntar la lana para pagar al chas chas todo.

Me propuse realizar algunas producciones en Monterrey antes de venirnos para traer algo de material a EUA.

Así produje los cortos Cuelgo a mi Cristo y La Boda.
El día de la mudanza, en plenos preparativos.


Unos de los mejores momentos de todo este proceso fueron las muestras de aprecio de mis amigos y familiares al momento de despedirnos. Tuve la oportunidad de ver a mi abuelo Aurelio por última vez en la despedida a la luz de las velas (ya habíamos vendido los abanicos de techo con los candiles) que tuvimos en nuestra casa. Fue el hijo de mi abuelo, mi tío Aurelio, alias 'el cuate', quien nos ofreció su remolque para llevarnos la mayor cantidad de cosas que pudiéramos. Acepté tan generoso gesto y pronto se acomodaron las cosas para que nuestros amigos Luisa y Pepe del grupo Tayer nos ofrecieran remolcar nuestras chunches en su potente Suburban hasta Dallas, que era la ciudad que habíamos elegido para vivir en los USA.

Yo nunca había ido a Dallas (mentes cochinas: absténganse), pero Araceli ya había ido a visitar a unos familiares en la conocidísima ciudad de Forney, Texas, a unas millas de Dallas. Como es sabido en este país, los precios de bienes raíces en Texas son más económicos que en estados como California, la cual era nuestra opción más fuerte junto con Texas para vivir en EU.

Así que en lugar de ir al sonriente California decidimos ir al Estado del norte, por su cercanía a Monterrey, porque íbamos a poder rentar una hermosa casota y porque seguramente en la casa de los famosos Cowboys sería muy fácil encontrar trabajo para dos emprendedores como Ara y yo. Cándidamente ignoramos los innumerables anuncios a lo largo de las carreteras texanas: Don't Mess with Texas.
Aquí aparecemos yo y pepe Charango orgullosos de una lona bien puesta.


Una última revisada a la casa vacía. Mezcla de emoción y melancolía.

Fue bonito agarrar carretera. Nos encanta la carretera. Aquí bien cabe la canción de Cecilia Toussaint.
Saliendo de Monterrey por Venustiano Carranza.
Camino a Texas.
Aunque iban cosas nuestras en la Suburban de la familia Tayer, que además remolcaba otro buen de tiliches, Mateo viajaba en nuestro compacto Peugeot 206 rodeado de nuestras cositas más personales. por cierto, aquí no se consigue la bebida de soya Ades, que Mateo consumía animosamente en Monterrey.



La entrada a EUA fue por Laredo, todo salió muy bien, mucha foto, mucha huella digital y mucho papel que me requirieron a la pasada.
Primeras millas recorridas en un highway en Laredo.


En San Antonio pernoctamos en la casa de Pedro Rodríguez, una figura de la cultura chicana en aquellos lares.


Cuando llegamos a Forney, fue muy agradable ver la casa en la que nos íbamos a quedar. Un bonito diseño, amplios espacios y nuevecita, nuevecita. Pero desde que llegamos mi principal preocupación era ¿y dónde está Dallas?
En Texas todo es más grande.
Esta es la casa que habitamos mientras vivimos en Forney.

Pues Dallas estaba realmente lejos. De hecho la gente de Forney en su mayoría no trabajaba en Dallas, sino en otros poblados también alejados de Dallas. Estabamos lejos aún del área metropolitana de Dallas - Forth Worth.

Aun así pensábamos que rápido íbamos a encontrar acomodo en la vida productiva local, con internet, teléfono y un buen vehículo seguro la hacíamos.
El día de nuestra muy tejana boda nos fuimos a tomar un cafecito a dauntaun Dallas.

Un mes y medio duramos viviendo en Forney. Lo más destacable que hicimos fue habernos casado en Mezquite, Texas. En cuanto a lo demás, como nunca sentí un ambiente denso en EUA, algo no estaba bien.

La primera vez que visité California en ningún momento sentí discriminación por ser mexicano, todo lo contrario me sentía bienvenido, buena onda todo. En Forney al contrario, me tocaron varios episodios que no podía creer. Comenzaba a revelárseme una descarnada realidad de este país post 9/11.

Un ejemplo de muestra. En un periodiquito local ya presa de la desesperación, intenté ofrecer una tira cómica de un animalito muy común por aquellos lares, el jackrabbit (¿liebre?). La propuesta era que yo hacía la historieta gratis para el periódico, a modo de colaboración. meter la cabeza al congelador por 20 minutos es más cálido que la cara que pusieron los dueños del periódico al escuchar mi oferta. Aun así envié un cartón muestra. Aun espero la respuesta de estos señores.
Jackey el Jackrabbit tuvo un a vida corta, como los conejitos de deveras que vivían por nuestra casa destinados a morir presas de los desarrolladores.


La falta de oportunidades, los fiascos que nos llevamos en los trabajos chafas que Araceli pudo encontrar, la lejanía con la ciudad y una horda de hormigas que un día amaneció cubriendo a Mateíto que lloraba lleno de piquetes, nos convencieron de que debíamos buscar otro lugar para asentarnos. Entonces decidimos enfilar hacia California.

Pero antes, debíamos deshacernos del Peugeot. Una noche un Highway Patrol Officer (Federal de Caminos, pa' la raza) me paró mientras manejaba confiadamente mi Peyotito por las calles de Forney hacia un WalMart. Al enterarse que las placas del Paugeot estaban vencidas, que mi licencia había expirado y que no teníamos seguro, nomás se sonrío y me hizo prometer que devolvería pronto el carro a México. Los bellos Peugeot llaman demasiado la atención por acá, en donde no se venden carros franceces que yo sepa.

Mandé fotos del carro y de la factura a la raza en Monterrey y el que más rápido se apuntó con el dinero fue mi primo Ricardo, quien no sólo nos propuso comprar el carro, sino además que le lleváramos hasta la frontera, aparte del Peugeot, un autobús que había comprado por eBay y que había que conducir desde Richmond Virginia, en el extremo este del país.

Ricardo nos mandó el dinero para los boletos de avión desde Dallas hasta Virginia y nos trajimos el mentado camión después de que Araceli se tuviera que pelear con el vato de la agencia para que nos lo soltara con toda su documentación.
Unos buenos cientos de millas recorrimos con el camioncito, en el que descubrí al trailero que llevo dentro, herencia de mi apellido de León.

Así que desde el extremo noreste de los EUA, nos vinimos Ara y yo solos pasando por Tenesse y Arkansas para llegar a Texas, en donde nomás recogimos a Mateíto y al Peyotito y lanzarnos hasta la frontera y efectuar la transacción.

Nos devolvimos en autobús a San Antonio donde ya le habíamos echado el ojo a una Land Rover que nos llevamos con el pago del 50% y un adeudo que pensábamos cubrir en tres meses ya establecidos y trabajando en California. Otro error de cálculo.
Bonita, gastona y problemática. Tengan cuidad con lo que compran.


Aunque agradecemos el haberla tenido el tiempo suficiente para llegar a salvo a California arrastrando nuestro remolque la Land Rover así de bonita como estaba, fue un dolor de cabeza desde antes de salir de Texas. Llantas ponchadas (tuvimos que cambiar las cuatro), aire acondicionado que jalaba cuando le daba la gana (eso en Texas no es humanamente aceptable), y detallitos múltiples que nos hacían sospechar del origen de la camioneta. Todo rematado con el hecho de que no le habíamos exigido al dueño la documentación pertinente, hecho que nos costaría otros tantos miles de dólares posteriormente y la devolución del vehículo bajo amenazas. Sí, si, yo fui el pendejo, ya no se rían.

De todas formas, el viaje a California fue muy disfrutable y emocionante. Estábamos felices de dejar atrás la experiencia en Forney y ya planeábamos en grande lo que haríamos en California. Ya para estas alturas vivíamos prácticamente de préstamos y ayudas que obteníamos aquí y allá.
Disfrutamos la Land Rover cruzando la otra midad de EUA que nos faltaba recorrer.
¡De costa a costa en una semana!


Llegamos a Yuba City, California, a la casa de Alicia, mi cuñada que nos hizo sentir como en casa los dos meses que estuvo mi familia Burrón con ella.

Me ahorro el resto de la historia que está ya salpicada en otros posts de este su blog y también en el blog de Araceli.

Ya para terminar, les comparto la excelente noticia de que hoy, hoy, hoy, hace unas horas abrí mi correo y ¡sorpresa! ahí estaba mi Green Card, el documento que tantas luchas nos ha costado y que ha transformado mi vida en la experiencia más intensa por la que haya pasado.

Gracias a toda la gente en Texas, California y México que nos ha tendido la mano. De todo corazón y con toda humildad.

Vuelve el tiempo de tomar decisiones.

miércoles, agosto 01, 2007

Muerte en el Museo

Hace 20 años, todos los miércoles saliendo de la escuela, mi hermana Meche y yo tomábamos el camión de transporte colectivo Ruta 134 que se dignara a recogernos en la parada de las Arboledas de Las Puentes y que nos llevaría hasta la calle Guerrero cruz con José Ma. Anaya, en Monterrey, pasando por la U.A.N.L. y la planta de Hojalata y Lámina HYLSA. Después caminaríamos como cinco cuadras bajo intenso sol, inclemente frío o feroz lluvia hasta llegar a Avenida Universidad, en los terrenos de la Cervecería Cuauhtémoc, que albergaban al imponente Museo de Monterrey.

Todo por que a las tres de la tarde de los miércoles se llevarían a cabo los Diálogos en el Museo, charlas sobre arte mexicano y universal impartidas por Fernando González Quintanilla†.

Meche, quien es unos seis años mayor que yo, se había enterado de los Diálogos durante su paso por la Academia de Artes Plásticas, en donde estudió cerámica con el maestro venezolano Rafael Cabrujas. La Academia era dirigida por el excelente retratista regiomontano David González, cuyo hermano, Gerárdo González Gámez†, era el encargado de la hermosa biblioteca del Museo de Monterrey, un espacio de lujo consagrado al arte con libros de todo el mundo, finas ediciones que no cualquier mortal podría adquirir y que no se encontraban en las humildes bibliotecas públicas. Ahí pasé horas y horas de nutritiva lectura, devorando imágenes y un cafecito mientras charlaba con Gerardo del arte, las musas, filosofía y la vida en general y en específico.

Fue en la biblioteca del Museo, y gracias a los ciclos de cine alemán y francés que coordinaba Gerardo, que tuve acceso a una visión fuera del espectro jolibudense, películas que a mis 13-16 años representaban no sólo un agasajo, sino un reto.

En los Diálogos en Museo, Fernando, que era un magnífico orador, recreaba para nosotros escenas de la historia precolombina, en una inmersión total en la búsqueda de ese mundo del que nos quedan sólo algunos restos.

Todo esto ocurrió bajo la dirección del Museo de Jorge Martínez†, de quien no se mucho y a quien sólo alcancé a ver en pocas ocasiones. Después entraría José Emilio Amores, con quien se fue perdiendo la continuidad de los programas del Departamento de Educación. Luego entró como director del Museo otro funcionario (ahora ligado al Fórum de Las Culturas de Nati), hasta que finalmente el Museo cerró para siempre sus puertas, en un hecho tristemente histórico y trágico para la cultura de Monterrey.

Me dan ganas de llorar nomás de saber que no podré compartir con mi hijo las estupendas exposiciones que ahí tenían lugar, en las que conocí el imponente trabajo de los mejores artistas de México y latinoamérica así como la evocadora arquitectura del edificio antiguo que resguardaba también los hermosos tanques para la preparación de cerveza.

Y aunque aún existe el Jardín Cerveza, y el Salón de la Fama, hasta más tristeza da volver a esos lugares, pues el hueco dejado por el Museo de Monterrey y su función en la cultura regiomontana ni Marco ni el Museo de Historia Mexicana ni el Centro de las Artes podrán llenarlo.

Como un homenaje al museo presento este cómic que realicé en aquellos tiempos, en el que los personajes que aparecen son casi todos basados en las tardes de los miércoles de Diálogos en el Museo.

Fernando, Gerardo y un personaje sorpresa ligado al Museo y que aparece casi al final. También hacen su aparición los personajes de la serie de televisión Luz de Luna (Moonlighting), David Addison (Bruce Willis) y Maddie Hayes (Cybill Sheppherd).

Otro de los personajes es la hermosa empleada del museo que asistía en la vida real a Fernando, llamada Elizabeth Galicia. Salen las ñoras ricachonas que no se perdían los Diálogos y que siempre salían encantadas tras la charla del guapote González Quintanilla. Otro personaje es Jorge, un amigo de Meche al que siempre nos topábamos en exposiciones y eventos culturales.

Y obvio, salimos también un servidor, mi hermana Meshe y Snoopy, haciendo el papel de "perro".

Muerte en el Museo fue una ocurrencia para divertirme y pasar el rato, y resulta que ahora puede considerarse un documento de aquella bella época que me tocó y me marcó.

Como dato escalofriante, me atrevo a mencionar que las personas en las que se basaron mis personajes protagónicos han muerto ya. Vaya también por ellos.

En especial recuerdo a mi amigo Gerardo González, magnífico poeta, escritor y maestro. Gracias a el me inicié en el mundo de las artes gráficas, con sus clases prácticas de composición, perspectiva y uso del color que me impartía al momento que desarrollábamos los programas de mano para los eventos culturales dedicados al público infantil del Museo.

Con la única recomendación de dar click sobre las imágenes para verlas en su resolución real y poder leer los diálogos, les recuerdo que este cómic lo hice cuando gozaba la ñetera edad de catorce años, con lapiceros con puntilla 0.5mm HB.

Muerte en el Museo